—¿Entonces qué color quieres? ¿El 109 o el 108? —preguntó la chica que tenía delante de mí, ya de mala leche, con la mascarilla puesta y los ojos en blanco.
—No le hagas caso, nunca se decide —apuntó Adriana para “ayudarme”.
—Y suerte tendrás si no te lo cambia a medio hacer —apostilló Lía, rematando la jugada.
Me giré hacia ellas con cara de circunstancias.
—Gracias, chicas.
—A ver, es que es la verdad, Alexia mía. Hazle el 109 y ya está —dijo, dirigiéndose a la chica que me tocaba—. Con lo implacable que eres con tu trabajo y luego…
Suspiré, estaba acostumbrada a ese tipo de comentarios. Reconocía que podía llegar a ser dura, sobre todo en la revista, pero las inseguridades también afloraban en mi interior. Y la indecisión reflejaba todo eso.
Estábamos las cuatro en nuestro “Hello nails” de confianza. Todas sentadas una al lado de la otra, tan apretadas que nuestros codos se rozaban cada vez que poníamos la mano encima del mostrador. En realidad, nos encantaba estar allí así, como sardinas en lata.
Me miré las manos y lancé una exclamación.
—Venga, pues sí, el 109. ¡Sin dudas! —dije, intentando convencerme a mí misma de que era la mejor opción. Ale, por dios, es solo un color, pensé para mí.
Ariadna atacó de nuevo. Quería saber, con detalles jugosos, qué había hecho durante todo mi fin de semana en Cadaqués y por qué carajo había llegado tan tarde a trabajar.
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